lunes, 20 de abril de 2009

Crea tu propia aventura

Vaya con las preguntas que a veces le agrietan a uno al entrecejo: ¿qué da más penita de ver por la rúa, una anciana con su hijo subnormal y cuarentón de la mano, o un anciano con su hija subnormal y cuarentona en idéntico envite? Cuestiones así, de viejo cabronías, de tardes como ésta, sin pascuales.

El tono solicita cortinaje, y ahí va una cita: Con Marco Ferreri me reía horrores. La última vez que nos encontramos vino a Madrid exclusivamente a verme, y aunque ya estaba el hombre jodido me volví a reír con él como un loco: saliendo del Hotel Palace me dijo que acababan de operarle una pierna por problemas circulatorios: "Yo, para animarme" -me decía Marco-, "antes de que me anestesiaran le dije al cirujano que estaba tan tranquilo, porque aquello no tenía importancia. Y aquel cabrón, afilando los hierros, me contestó: No se haga ilusiones. ¡Esto va a ser una carnicería!".

Venga, entrevistemos a los dignos, que luego les da por morirse, caso de Azcona. O de Ballard, aunque de éste paso de añadir frase alguna, porque me creo original, y mejor, y precisamente es hoy cuando desprocede. Amén… y siguiente.

Por ahí me han pedido un algo para cierto volumen de esos que revoltijan firmas y venden un lema de cubierta se supone que jugoso y susceptible de ser abordado bajo diferentes ópticas, miradas y tal (así quedó registrado; grabación telefónica, sic). Qué contradictorio pensar en lo agradecido que le estás a alguien por imaginar tu rúbrica como semi-digna comparsa de un puñado de espadas de genuino relieve, y, simultáneamente, en el acusado daltonismo que debe gastar el tipo a la hora de distinguir grano y paja en esto de coser palabras, o, llegado el caso, palabrería. En fin, que apuré mi chupito de pus, y salí por peteneras.

Lo diré: la literatura me impone más que una granja de mastines. Y aunque no colme una maldita noche sin acabar pensando que ojalá calzara yo la querencia de otros para la impostura sin sofoco mientras no son ellos los que pedalean, a la postre se recula, se despinza, y ni se hurta ni se pierden los papeles. Lo cual tampoco es gran hazaña, porque papeles uno siempre ha tenido menos que una liebre.

Y no tecleo más que alpiste. Cuando no esmegma. Tú, vistaflaca.

jueves, 16 de abril de 2009

Pasos de fieltro

Razonaba de puntillas, firmando remolinos verdes; pero verde óxido, como si se disculpara por sus debacles. Alguien le puso una brújula en el tórax y luego la cubrió de celofán. Empezó a supurar leche agria. Hoy, esponjada por dentro, se alimenta de reflejos, duda tres veces cada media hora, y se roza sin querer con su propia sombra (la cual incluso raspa). Nunca más la veremos de perfil.

domingo, 12 de abril de 2009

Van a por nosotros

Olimpismo de descampado; sólo competía una raza, la humilde. Trotaba yo que había que verme, poco antes del acné, en aquellas matinales de tonalidad sepia, colmadas de referendum y chirimiri. Cierto día, en una embarrada línea de salida, a pie de cal, mi entrenadora, vagamente centroeuropea, se me acercó y, adjuntando el movimiento a las últimas directrices de costumbre, deslizó la mano derecha por mi espalda, de manera distraída, en lo que, sin asomo de malentendido, valoré como un ademán de afecto más allá de sus funciones deportivas. Minutos después, tan pleno de motivación como embebido en desconcierto, empleaba mis zancadas más luengas rememorando aquel contacto, fugaz pero inequívoco; cabilando al vuelo, entre charcos, limo y adoquines, más sobre el calado y, por tanto, la trascendencia del gesto, que respecto a su, para mí diáfano, significado.

Ya en la meta, encorvado, con las canillas marrones fusiladas de aliento vahoso, un juez se aproximó y, tras la proverbial enhorabuena, algo reclamó su atención desde mi camiseta. Perplejo, sentí el contacto de sus dedos, investidos de reglada objetividad, describiendo un itinerario semejante al que, previamente a la galopada colectiva, efectuaron los de ella. Y, de seguido, tras retirar su mano de mi lomo de galgo no sólo exhausto sino, como ya empezaba a lamentar, también iluso, y cretino hasta el rubor, el colegiado, ahora con bigote y fuelle expectorante, de atletismo dominguero, hirsuto y legañoso, dictaminó: “A poco no te eliminan, chico... ¡Que llevabas flojo el dorsal!”. Entonces, reinterpreté el sentido de aquella caricia combustible, toque mágico que creí procedente de un mundo adulto, femenino e internacional; mimo espureo, aunque capaz durante dos vueltas de hacerme sentir todo un Banacek de tergal; lisonja que nunca fue tal y cuyo fundamento, según todo parecía apuntar ahora, tampoco fue el que con tanta candidez había usado como motor en el avance, y arma secreta de un triunfo, que, además de ser el último, simultaneamente, constituiría mi primer chasco iniciático.

viernes, 3 de abril de 2009

Rodillo ventral

En los ruedos literarios nadie dice (mirando hacia afuera, claro) que ese volumen tan vendido, con su hercúlea tapa y su faldón con cifras, no es sino un rapsódico, al tiempo que pueril, descalabro siquiera apto para bulbos febles y conciencias en grado elemental de desarrollo. Por supuesto, eso significaría ofender a tanto parroquiano que atesora y goza con semejante tipo de obras, ese mismo (generalmente misma, consta por ahí) con el que, al cabo, ningún autor de prosa mínimamente solícita osa enemistarse. Y es que, por muy estupendos que se pongan los plumíferos de pretendido alto vuelo, al final es raro que no acaben limosneando, como todos, los favores de esa turbamulta negada para distinguir entre la mansedumbre de un párrafo gangoso y una trufa literaria camuflada tras la resaca de un rodillazo en el píloro. Por supuesto que disfrutaría como un marrano leyendo a un Saramago vilipendiar los tochos de Zafón, pero nunca ocurrirá, ya que, aparte de fanegas y fanegas de gandules sin curiosidad ni mierda en las tripas, ambos comparten demasiado, pese a que uno se beneficie más. Pero como rascando ahí terminaría en el mercachifleo de la página, pues mejor ni entrar; que al final importa lo mismo un Planeta que un Nobel, un Nadal que un Wimbledon. Y hablo yo, cuidadín, desde esta calamidad de verbo que, supongo, en algún momento les animará a esfumarse de aquí por los restos. Y muy bien que harán.

Por cierto, lectores de Zafón, editores de Saramago: me caéis de la hostia.

jueves, 2 de abril de 2009

Niño que educa a otros niños

Decía Fernando Arrabal que el fanatismo que más debemos temer es el que tiende a parecer tolerancia. No quiero agitar mucho la cita, porque para qué más, si ya viene con su lacito y todo, pero sí pretendía dejar constancia de que cuanto más viejo, más tonto. E intolerante, añado tarde, ya que quizá es por dónde debí empezar: refiriéndome. Vamos, que no entiendo cómo puede uno pasarse media vida adherido a algo como Watchmen, y balizar tu vida en función de que la cajera del super abreve ahora en el mismo charco (proteínico, no lo niego) en que tú lo hiciste hace como dos décadas (cuando estabas en edad; hablando en plata). Será tontería mía, insisto, pero por ahí han ido mis últimos barruntes: despiojándome de algunas de las tolerancias señeras de mi generación, igual que el viento y la polución acaban por desvanecer los mensajes de esa pegatina, nunca renovada, del vehículo anuncio condenado, merced a un añejo contrato, a vagar por las calles difundiendo slogans de cierta mercadería perenne, y casi seguro que ultramarina.

Dándome perfecta cuenta de que mis garabatos rara vez apuntan más allá del vuelaplumeo sin amperios, ni calado, ni encarte de posterioridad, abro la escotilla y cazo datos como el de la salida de una catedralicia compilación en dos volúmenes del teatro del arriba mentado. Y noto un asomo de congoja al comprobar que en absoluto me veo apresurado a adquirirla, ya que, bien lo sé, el remolino en donde habito, tan de fontanería catódica, apenas ofrece claros en los que depositar, con justicia, lecturas así, tan necesitadas de continuidad, reposo, digestión... Y rebuzno, y salto a Peter Hammill, a Scott Walker, a Marc Almond (ruta conspicua, quizás la única lícita). Y razono que, como snob que soy, y testigo, que me siento, apenas entiendo al común más allá del instante mismo en que actúa por impulso, y a la contra de ese pinchazo tumoral que llevo toda mi experiencia intentando fintar: el sopor ahí arriba.

En pugna contra dicha erupción comprendo, y hasta justifico, actos (hablo de cultura, es obvio) cuya lógica y procesos, en principio, no podrían resultarme más ajenos. Tan fugaz concilio con el rebaño, por un lado, y con la sociopatía, por otro, siempre brota cuando el tedio se erige en meollo de la cuestión; ya sea antesala de la barbarie o del ridículo, causa de conflicto o mero pie de página de tanta pernicia diplomática. Y, ahora ya sí que sí, el resto del tiempo se me va en refunfuñar.

lunes, 30 de marzo de 2009

El grifo de las arañas

Entrenando un poco, sabueso del espectáculo, casi cualquiera es capaz de expeler ingenio, de rebuscar en el cajón de los fetos y dar con algo medio presentable. Así descubriste lo fácil que resulta liderar este enjambre de subalternos: basta un tatuaje y algún calambre simulado. Pocas cosas tan falaces como un imán, y eso que los siamés nunca dejarán de serlo. Ni separados. Ahora bien, siembra demasiados y acabarán por asfixiarse. ¿No ves que, al final, todos comparten un mismo aliento?

miércoles, 25 de marzo de 2009

Dar la vuelta al marcador

De uvas a peras me llaman para opinar de temas e incluso ocurridos. Y acaso voy y parlo, porque, en fin, bien sé lo que jode estar al otro lado, cautivo de tareas como embozar un cacho papel o justificar un latifundio de tiempo grabado; que para eso han ido a la Uni, ¿verdad? Para ganarse la candela en los media o como centollos se refieran ahora. En dichos lances hasta parezco alguien; hediondo, por supuesto.

Hace un rato encadenaba vaguedades sobre eso de las redes sociales en la Internet. Según me escuchaba, suelto en el esdrujuleo y enfático en las conveniencias, ni yo mismo me entendía. Quedó de miedo, vamos. Ni por un instante barajé la posibilidad de ventosear lo que en realidad pienso: que el Facebook poco más recorrido alberga que el de otear fotos de alguna que otra relativa en la playa, ésas que jamás tendrías redaños de solicitar en persona. Y conste que dudo si tragarme lo de la popa de Demi Moore, no tanto por el encuadre o sus geometrías dorsales como por lo raruno del fabulado cosido a propósito de. Me refiero a la premisa del planchar, que suena un poco a llamarnos lelos, lo cual somos, en el fondo, por mirar y leer allí donde nos emplacen cualesquiera bulla. A todo eso, mira tú que afluencias, aún me zumbaba en los tímpanos el eco de cuatro óbitos, cuatro: Pepe González, Ángel Puigmiquel, Salvador Ruiz de Parga y Millard Kauffman; nombres y apellidos que (farfullo con ánimo encogido) apenas nos incumben a otros cuatro, y con los que poca red social tejeríamos fuera de la Contratierra.

Emplatando: que sí, muchos lobos, pero resulto ser otro de los que habla en la tele, habla en las ondas, habla y habla; un impreciso más, cualquier firmante de legajos hueros, de esos que perpetúan la pantomima de alacranes que sostiene tu ADSL. Que glosa lo que ellos quieren y silencia lo que no debería. En perspectiva quisiera creer que todo se limita a un vivero de cadaunismos, algo tan ciertamente inofensivo, aunque espeso, como la reseña del epifenómeno que acude a la voz de Oprah Winfrey ensalzando a un tal Roberto Bolaño. Heterodoxia despeñadero contra alpiste informativo: uno se habitúa a excretar en silencio y cierto día ya ni se molesta en ocultar los votos que ha ido comprando. Y las indulgencias tampoco. Ahora le dedicaré unos minutos a Mr. Magoo; como gesto. Y hasta ahí llego, de momento.

lunes, 23 de marzo de 2009

Las sogas vocales

El recuerdo infantil que con más nitidez guardo de mi abuela paterna (escueta, huesuda y cerúlea, según aprendí por las fotos) consiste en la imagen de sus manos, ya por entonces poco menos que inservibles, tratando sin fortuna de pelar una ciruela claudia, con pulso sísmico y dedos cruelmente retorcidos por culpa de la artritis. Dominga se llamaba; cosas de la época.

Puntualmente suspendidas sobre el teclado, ahora, al conceder una mirada a estas minúsculas zarpas con las que desde siempre me he ganado la vida (mira que habré oído veces eso de “tienes manos de señorito”), asumo que contemplo lo mismo que Dominga vería a mi edad: unos arbolillos flacos, dispuestos mediante patrones algo asimétricos y apreciablemente escorados ya hacía ambos flancos. ¿Cómo escribiré cuándo más allá de las muñecas apenas albergue un racimo de sarmientos trémulos e ingobernables? ¿Habrá entonces un crío que observe a su terco abuelo litigar con las letras cual herrero tullido que, tenaz, soberbio, se resiste a dejar huérfanos a aquellos que tiempo atrás fueron los pesados instrumentos de su oficio? Que envejezco, sí, mientras las manos se me enroscan y las entrañas para qué contar.

jueves, 19 de marzo de 2009

Mi ego bulto

Lo eché todo. Luego me incliné, escogí los mejores gérmenes y, con ellos, moldeé una mascota. Más de una vez he dudado si antes del vómito tenía algo en el estómago, como, por ejemplo, otra mascota anterior. El caso es que ahora me siento de lo más acompañado.

martes, 17 de marzo de 2009

Grandes éxitos de la compasión (por fin en versiones bailables)

Ayer le decía a unos ojos mercuriales que dejé de anotar los sueños cuando en un desayuno, años ha, con el tecleo a medias, me pasmé ficcionando, y así, en retroceso, advertí que, una y otra vez, si lo recordado no acababa de hilar (¿Onírismos bien hilados? Por favor...), los dedos se me iban a lo argumental, como una milicia de enanitos diligentes en piloto automático. Y nada, que lo envié todo al guano, un tiesto de Ks al rincón de la basura más un “¿Está seguro, segurísimo, de que quiere, so insensato, perder ésto para siempre? Que sí, hostias: O.K”. Farsante continúo siendo, desde luego, pero, algo es algo, gestos de macaco cada vez me detecto menos.

Otra cosa que hice ayer fue escupir misericordia. Luego rebotó en el suelo y casi me saca un ojo.

lunes, 16 de marzo de 2009

Envidia de placenta

La párvula somnolienta clavadita a Ellen Page seguro que, antes de salir, encaró el espejo y, razonablemente satisfecha, tal vez incluso anticipó esos tifones que, a lo largo de la jornada, su visión originaría en todo varón con quien se fuera cruzando. ¿Y qué más da? Es imposible que, desde tal edad, descifre ni remotamente lo que, durante todo hoy, sus mejillas significarán para el observador hastiado de mañanas y secuelas de molde y sentido único. Porque ella, la del gorrito, ni puede leerse las pecas, ni se sabe lumbre diminuta. Pero no pasa nada, porque aun no sabiéndose, serlo, lo es.

martes, 10 de marzo de 2009

Gozo en la inopia

Aún puedo demorar algo el momento en que sabré si lo del Ulster evoluciona pocho o pochísimo. Indolente, lo considero un privilegio de esta huelga de sueño que me permite inaugurar jornadas remoloneando sobre la pista de aterrizaje que toque. La de hoy pinta llena de chinchetas.

Le doy un tiento más a Nuestro lado oscuro, de Élisabeth Roudinesco, y, no sé porqué, me viene a la memoria que hace poco Enrique Vila-Matas, desde su enternecedor futbolismo, tachó de trotones a los artistas de la canasta. ¿Así estamos? Ya puestos yo también preferiría (ahí voy...) que en la solapa de Dietario voluble la editorial plantase el jeto de Marcello Mastroiani en lugar de una instantánea del autor, con ese cuello suyo, de pez globo. Curioso, por cierto, lo de la papada, que por mucha caloría que fundas, si está de Dios que la tengas, ahí se afincará por los siglos; y no hay más que ver el bocio de Juan Carlos Navarro, cuya poesía aérea seguro que no aprecia el Pasavento simplemente porque no le da la realísima ponerse a desmenuzar lo del canasteo, hecho que, a la postre, como casi cualquier asunto cinético, tampoco tiene tanta miga. Y ahora es cuando digo que al susodicho lo aprecio en grado sumo, y nada importa cómo esté de provecto y morsa, porque me nutren sus letras, no sus fotos.

A otra: bastante suyo él, un torero pía que ya no quiere el galardonazo recibido hace años en queja al desatino, afirma, de que ahora cierto colega (mataor, sí, pero al parecer menos que otros, más de amianto, se conoce), también haya merecido tal honor. A José Tomás apenas lo evoco trompicado en la arena, ecce homo con más rojo en la tela que Pacino al final de Scarface; de Rivera, a su vez, me viene a la memoria un anuncio de coches, y algo como de artes marciales, creo. También he visto a una folclórica salir en defensa del zeñorito diciendo que, ojo, sus morlacos jamás fueron de polipiel, y que, descabellando como cualquiera, nadie debería cuestionar sus merecimientos. De ruedos yo ni flores, pero a ver quien me niega, jurado de chinches, que puestos a partir caras masculinas, mejor primero las guapas.

lunes, 9 de marzo de 2009

Blanco infección

A cuantos son incapaces de acertar si antes no fallaron otros, un aviso: se os acaba el tiempo. En la pradera cada vez hay menos movimiento. ¿Lo veis? Preparaos, por tanto, para un futuro sembrado de estatuas. Disponeos a evocar lo mineral como ejemplo de iniciativa y arrojo. En el sótano de esa intuición hallaréis acíbar, nitratos y quizás alguna lápida. En la trastienda de aquellas negaciones, mohoso ya el paladar, reconoceréis mi estrategia: distante, admonitoria, payasa.

jueves, 5 de marzo de 2009

El todo por la parte

En madrugadas de párpado a media asta el recuerdo confunde eso que en ciertos ayeres consideré sustento y mucho de lo que hoy asumo en clave de simple desperdicio vital. Minutos de la basura que hace tiempo pasaron de castaño a oscuro, hoy se creen tiranos y, lo que es peor, yo acabo consintiendo. Pero no ahondo, que me añusgo.

Espurgando peculiares entre adocenados, uno se arriesga a trompicar con ralea capaz de proclamarse parroquiano de Calíope, para, a continuación, escamotearte un chanchullo en voz baja y con aliento de sumidero. Y mientras, eso sí, yo como un palo, no vaya a ser que salga movido en la foto; o sea, culpable. En el fondo, tampoco sufrimos tanto en minoría, ni yo es que haya ido derrochando por ahí favores o condenas.

Luego me pongo a escuchar, una vez y otras, el tema principal de Faccia a faccia de Morricone y Dell'Orso, hasta que atisbo una desteñida semejanza con aquella escena de La habitación del hijo donde Nanni Moretti, obsesivo pero en absoluto enajenado, exprimía el jugo a un breve fragmento del Water Dances de Nyman. Y pienso, a saber porqué, en su barba despoblada de canas; opaca y trazada con tiralíneas, como sólo lucen las barbas en celuloide. Aunque lo extraño, y a éso iba, es que siendo su hijo muerto de mentira unos siete años mayor que el mío, más vivo que la vida misma, mi barba, en cambio, parezca ya una de esas nevadas viñetas de Tintín en el Tíbet que tanto me angustiaron de crío. ¿Cómo puede alguien no sentir un aguijonazo de pavor ante la premonición, ante el mero apunte de existencia, de un blanco absoluto?

Una vez le pregunte a otro padre, de cronología parecida a la mía, si era capaz de agotar algún día sin imaginar a su hijo muriendo; tanto en imagen como en argumento. Contestó que no, que ya eran ganas... y pasó a mascullar certezas sobre la telaraña mediática y el sistema de partidos, y cómo ello colaboraba a que ya no hubiera más verdad que la opinión pública. En su exposición todo me pareció fabuloso, excepto la paulatina sospecha de que uno de los dos debía ser menos humano que el otro. Huelga decir que aún dudo quién.

miércoles, 4 de marzo de 2009

La vía estricta

El dolor auténtico es insonoro. Sin amuletos se huye más deprisa. La vigilia deja manchas; y la sordera, grumos. El papel no admite ecos. Confundí las cortinas con andamios. Error. Aún espero el indulto.

sábado, 21 de febrero de 2009

Gigantes y cabezudos

Pésimo desayuno y postrimerías. Lo intento a veces, palabra, pero el factor social no se me acaba de acoplar como debería, y tras una noche condenada de antemano a disfuncionar, siempre llego aquí, desorientado, enfadica, intentando encontrar algo de calor y dirección en el Aria Da Capo de Bach, cortesía de Glenn Gould en sus Variaciones Goldberg (visión abismal, por supuesto, la del 81, no la saltarina y pizpiperfecta grabada por el joven prodigio en el 55). Ayer fue carnaval o algo así, pero hoy sólo evoco un pequeño Lepanto asincrónico con escalas en un Hamlet semiacuático, una Blanca Portillo en bolas, y referencias, incomprensibles para mí, a la "propuesta del director". Otra cosa que tampoco entiendo, ni quiero, es que haya gente que entre Barenboim y Gould, opte por el primero. A mí que me crujan la víscera antes que me regalen el tímpano. En el bonaerense vislumbro el aseo de la espalda recta y el botón último de la camisa, el donaire de un señor que sabe demasiado bien lo que hacer para levitar, un alto funcionario de la belleza. Y lo digo desde el orgullo de mis orejas de alcornoque. Si no existieran Goulds, pues vale... nos aferraríamos a los Barenboims, y tan felices todos. Pero desde el momento en que las Goldberg del 81 le descoyuntan a uno sus certezas, no queda otra que aceptar la existencia de algo más allá de lo perfecto. Ahora que cada cual juzgue si de su búsqueda es mejor hacer periplo, obligación o sacerdocio. O terminar agostado, claro; igual que yo anoche.

viernes, 20 de febrero de 2009

Pide un mal sueño

Volutas de sangre fría, de acuerdo tácito, de futuro conveniente para ambas partes. Y para los demás también. Para todo hijo de vecino. Escarchada hemorragia de concesión sensata, de firma cabal, universalmente oportuna, acorde con los hechos. Las versiones coinciden. Polares documentos de agonía timbrada y anhelo inconcluso. De seguir el rastro de tinta llegaríamos a las ruinas de las versiones dispares; verbena de reptiles, hecatombe. Pero no es el caso: suerte de civilización. Viva la estilográfica. Suerte también de acuerdos tácitos con vistas a un futuro conveniente. Firma y sonríe. Foto.

jueves, 19 de febrero de 2009

El costillar de la razón

Dicho con todas las vocales: lo lánguido me engorila. Mecha y bilis de carnaval (a lo mejor no me explico). Será la edad, pero uno se nota ya demasiado arrítmico, venenoso y pocho para melancolías. Superada la posecita con vaho en el cristal llovido, hoy es ver, digamos, La novia cadáver, y entrarme unas señoras ganas de invadir lo que sería el recto de Tim Burton con el más puntiagudo de sus muñequitos flojigóticos. No sé en qué momento entre la neurosis genuinamente artística de Pee-Wee Herman y la feblez emo con que hoy arrasa en la guardería de MySpace, a este hombre le hubiera venido mejor una hostia en el cogote que abortase tanto agilipollamiento lunero, tanto ágrafo lamerse el nardo a lo perraco autosatisfecho.

Y hablando de nardos... volví a engullir Marquis, peli de seudo-marionetas cero amariconadas dirigida por el belga Henri Xhonneux y escrita por (genuflexión) Roland Topor. La cosa, parida en 1989, va de las imaginarias peripecias, entre lúbricas, chirigotescas y alucinadas, de un sosias del Marqués de Sade durante su confinamiento en la Bastilla. De gran enjundia satírica, pese a su más bien rasante vuelo cinematográfico, vista hoy, con su libertinaje y sus chanzas puercas, Marquis oxigena el cortex e invade el pecho mucho más que en los entonces de su alumbramiento, días aquellos no tan necesitados como los actuales de cualquier reacción, porque sí, contra la culturilla semoviente que ya casi nos comió el futuro y embalsamó los genitales. Hablo de una peli plagada de máscaras de animalitos, en la que se hace burla y, al tiempo, apología del exceso, y dónde, en último término, un tío conversa con su polla... ¡y ésta no dice ninguna tontería! Llevaba yo eso entre ceja y ceja cuando me topé con una hilera de gafas esperando a que les echaran Slumdog Millionaire y no pude evitar fantasear con la bóveda del cine desplomándose, y creando una hongo atómico a lo Miike cuya onda expansiva acabase borrando del mapa a Danny Boyle, Tim Burton, León de Aranoa y similares, congéneres todos del celuloide hecho para imantar el cariño; estandartes del pragmatismo lánguido y la empatía segmentada que, día a día, me liban el combustible; gente que, en serio, no me cae mal, pero, a la vez, odio con toda mi alma.

Un último apunte: Topor está vivo, y todos nosotros muertos.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Arden las ventanas

Tengo completa mi tarjeta de baile pero lo mantengo en secreto, no sea que me dejen de solicitar. ¿Por qué este pánico siempre brota de la molesta ilusión de alguien? Aún me noto corrosivo, hecho de lava seca que, cada vez más, bloquea toda posibilidad de queja. Fui cable tenso, retina astillada, úlcera ajena... Pronto, desde una dignidad tirando a facilona me etiquetarán de superviviente. Y aunque lo asuma, jamás dejaré de considerarme otra cosa que extranjero.

lunes, 16 de febrero de 2009

La spada nel cuore

Leo demasiado aguachirri cuyo sentido único radica en decirme que hoy no es ayer, y en lo apremiante que resulta, para mí, para todos, establecer tal separación; lástima que, aún pre-ciudadano, no haya sido capaz ni de colocar el muñeco en la casilla de salida, y los nombres y los datos acaban escurridos por un tablero algo más resbaladizo de lo habitual. Apenas unas imágenes de Kobe y Shaq, fugazmente juntos, como otrora, huelen a western y a remedo, pero de los buenos, y junto al timbre arenoso de Lucio Battisti me sirven de velcro raquídeo, y bien que lo agradezco. Punto y aparte.

Magullado tras la enésima carta de rechazo (provincias ibéricas, a la mierda todas ya, hombre) cabilo si lo mejor no sería clausurar la puerta con un tronco, pintar los cristales de negro, y seguir con el Chabrol que anoche medio clapé por culpa de la medicación contra los mocos y su fluir. Planazo: ver y rever chabroles, y luego escribir sobre ellos sin pausa ni aliento, muy enfocado, como si no hubiera un bledo más. Por desgracia, en apenas un rato, lo urgente será propinar una zotaina a cierto pusilánime malcriado y decirle que me importa un cojón lo progre que es y el tiovivo multicolor en el que cree vivir; que flojeras y numeritos sólo tolero ya a ratos impares, y que a drenar tocan, majete. Que tampoco estoy en ello por gusto y verás tú el día que escasee la templanza y conozca al que escribe aquí, y no al otro.